EL JARDÍN DE LAS MENTIRAS.


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Tanto si la oímos como si no, suena la flauta del tiempo interno. Robert Bly, book of Kabir.
Ni vivir puedo en tu ausencia,
ni vivo cuando te veo,
ni es del mundo este deseo
que consume mi existencia.

-Blanca Ríos, escritora-

sábado, 30 de julio de 2011

LIN MAY 2


LIN MAY


El señor Chiu volvía a mirarla de esa forma rara que tanto asustaba a Lin May.

Siempre ocurría cada vez que iban al mercado con su madre a vender los boniatos y Lin May tenía que quedarse cerca del puestecillo al cuidado de sus dos hermanos pequeños.

Lin May sabía que Su Nü estaba muy ocupada vendiendo los boniatos. Tenían que venderlos todos para lograr el suficiente dinero que le permitiera a Su Nü comprar comida para una semana.

El señor Chiu era un mercader rico. De esos que vendían mercancía como un negocio y no por la necesidad de comer todos los días. Era dueño de una tienda de telas finas y ornamentos femeninos que siempre estaba llena de hermosas mujeres.

A menudo, los que estaban muy desesperados acudían al señor Chiu para solicitarle dinero. Porque era un secreto a voces, que el señor Chiu también ejercía como prestamista. Y el señor Chiu cobraba unas taras tan altas, que los que acudían a él finalmente acababan debiéndole siempre dinero y el señor Chiu sabía entonces que, podía obligarles a hacer lo que él quisiera.

Todos sabían que se había casado cinco veces por la dote de sus esposas. E incomprensiblemente, aunque eran esposas más jóvenes que él, siempre acababan muriendo antes sin haberle dado hijos.

Así que a nadie extrañaba que el señor Chiu alcanzase su cómoda posición a través de las dotes y su actividad comercial de prestamista.

Lin May despertó desorientada, envuelta en un manto de angustia y miedo, sobresaltada y sudando. El corazón le latía fuerte y rápido. La pesadilla que había tenido le había parecido tan real que, ahora, no sabía exactamente qué había ocurrido. Miró a su alrededor.

Se encontraba dentro de una habitación pequeña y sin apenas luz, que le resultó extraña, sobre una esterilla de bambú. Cerca, junto a la esterilla, había dos cuencos. Uno tenía agua, el otro un mendrugo de pan y algo de arroz cocido. Lin May se miró a sí misma.

Estaba sucia.

Su piel tenía manchas de algo oscuro que olía mal. Y el kimono gris que llevaba, también estaba sucio con esa sustancia negruzca y maloliente.

Entonces, recordó abruptamente. La soledad y el miedo, la hirieron igual que cortes de un cuchillo y la tristeza y el dolor le traspasaron el cuerpo entero como un caballo desbocado.

Desamparada y débil, rompió a llorar.

Lin May no sabía que era más doloroso para ella, si el recuerdo del pasado o la angustiosa situación en la que se veía obligada a vivir en esos instantes…¿el futuro?, pensó por un breve instante, tan incierto como que no sabía si estaría viva al día siguiente.

Todo era incertidumbre ante ella.

CONTINUARÁ...)

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